El pasado 26 de Febrero publiqué un artículo titulado Coronavirus Financiero. En dicho artículo, de manera colosal subestimaba el impacto sanitario que a la postre produciría en todo el mundo lo que, con sarcástica condescendencia, denominé como “el bichito”.
De hecho, sugería que el mayor peligro que nos amenazaba entonces no era una crisis sanitaria, sino la “irresponsable” gestión que pudiera producirse en redes, y en los medios de comunicación, de la información al respecto.
En el colmo de la osadía, llegue incluso a apostar en una entrevista radiofónica que en enero del 2021 ya nadie recordaría el coronavirus. Evidentemente, no solo se hablará del coronavirus el año que viene, sino también probablemente en los próximos 100 años, y será materia de estudio en todas las disciplinas, desde la sanidad hasta la economía, pasando por la psicología.
Admito humildemente mi equivocación en mi apreciación de entonces, y solo me cabe alegar en mi defensa y para mi consuelo que mis escasas dotes adivinatorias no fueron mucho peores que las de innumerables políticos, médicos, científicos, etc. Sin embargo, en aquel artículo también lanzaba un pronóstico en el que lamentablemente no me equivoqué tanto y era sobre las consecuencias económicas que el fenómeno podría producir, aunque, y esto también he de decirlo, nunca sospeché que podrían llegar a ser tan devastadoras.
Como ya vaticinaba, el tsunami financiero producido ha puesto al descubierto la volatilidad, cuando no fragilidad, de los mercados de renta variable, o sea, y para entendernos, la bolsa. En ese campo de juego es obvio que algunos han ganado porque otros muchos han perdido, o, dicho de otra manera, la bolsa es normalmente un juego de suma 0 donde unos pocos ganan lo que muchos pierden.
Es por esto por lo que una vez más, quiero reivindicar al sector inmobiliario como sector refugio para la inversión en momentos difíciles como los que vivimos. Naturalmente el mercado inmobiliario en todas sus vertientes no puede, ni va a ser, ajeno a las turbulencias que ya vivimos y a las que se avecinan, pero su solidez y capacidad de resistencia enfrentarán mucho mejor la pandemia financiera que sucederá a la pandemia vírica.
Casi nada volverá a ser igual después de la pandemia, y por supuesto, el sector inmobiliario tampoco.
Tanto el mercado, así como el propio concepto inmobiliario van a tener que ser profundamente repensados. Nuevas demandas, necesidades y tendencias se adivinan ya en el horizonte que a los profesionales del sector nos han de hacer reflexionar, desde ya, para dar cumplida y eficaz respuesta a los retos a los que nos vamos a enfrentar. A modo de ejemplo, se me ocurre de momento que el teletrabajo propiciará un éxodo del centro de las ciudades, o sus áreas urbanas, hacia municipios más pequeños con precios más asequibles y mejor calidad de vida. En este aspecto, por ejemplo, nuestra comarca tiene un importante papel que jugar, pues no solo hemos de captar nuevos clientes de procedencia nacional sino también, como es nuestra tradición, internacional.
Las ratoneras en que se han convertido muchas ciudades, o, por ejemplo, residencias de tercera edad, nos invitan a pensar en viviendas más grandes y mejor preparadas desde un punto de vista biosanitario donde hay un enorme margen para mejorar. El propio concepto residencial, sobre todo para la cada vez más numerosa tercera edad europea antes mencionada, tendrá que dirigirse hacia complejos dotados de un determinado grado de instalaciones asistenciales, a la vez que les proporcionen espacio y habitabilidad, así como la seguridad sanitaria necesaria ante una futura circunstancia similar a la vivida.
El mercado inmobiliario va a estar muy activo en los próximos meses y años y creo que no es una decisión de valientes, sino de sensatos, considerar apostar por un sector, que además de ser tradicional refugio para la inversión en las grandes crisis financieras, en este caso está llamado también a jugar un papel clave y relevante en la recuperación y en la nueva economía que necesariamente emergerá tras la pandemia financiera.